Anne, la danesa de los 3 mil libros maravillosos




Es extraño hacer una nota sobre una biblioteca. Pero esta lo merece. Primero, porque tiene 3 mil libros realmente increíbles. Libros para niños hechos en Dinamarca, Suecia o Noruega, con dibujos preciosos, que, en su mayoría, no se han editado en español y que, por lo tanto, difícilmente están en otro lugar de Chile. Estos libros maravillosos –créame que lo son- no tienen moraleja: no buscan enseñarle a los niños a ser generosos, amables, a lavarse los dientes ni dormirse temprano. Estos libros abren temas, inician conversaciones simplemente porque reflejan la vida de los niños. Y a ellos les encantan.

Estos libros están en El Cerro Alegre de Valparaíso por el tesón de una danesa que traduce los textos al castellano, los imprime, recorta y pega sobre los caracteres nórdicos. Esta danesa es otro de los motivos para hacer esta nota. Se llama Anne Hansen Christen y es una abuela alta e incansable, aunque –ya se verá- la brutalidad y la indolencia de los chilenos la tiene un poco agotada. Anne es la que ha formado esta biblioteca en el Cerro Alegre de Valparaíso, la que ha recolectado pacientemente estos volúmenes, pidiendo donaciones o comprando de su bolsillo en ferias del libro usado en Dinamarca. Junto a María Antonia Carrasco, una periodista española que se avecindó acá, traduce, todos los martes, los nuevos textos que les llegan y juntas se matan de la risa, porque de verdad las historias tienen lo que más hace reír: verse uno mismo retratado.

Anne juntó estos textos porque mientras criaba a sus hijos en Chile siempre echó en falta libros de calidad para niños, como los que le leía su padre cuando ella era una niña. Por eso, cuando se jubiló, decidió dedicarse a hacer una gran biblioteca para los chilenos. Imaginaba que, al ver estos textos, los escritores e ilustradores se animarían a hacer este tipo de libros, usando la realidad chilena. Pero no. Los pocos libros que se hacen le parecen admonitorios, moralistas, malos como relato y muy efectivos para espantar a los niños de la lectura.

-Sigo teniendo la esperanza de que estas cosas van a inspirar a escritores e ilustradores chilenos a que escriban de esta forma. Mientras eso no ocurra, pensamos que lo mejor es seguir traduciendo–explica.


Anne ha llevado sus libros maravillosos ahí donde se necesitan. Primero abrió una biblioteca en La Legua. Luego ésta en el Cerro Alegre y también otra en Montedónico, una zona del puerto muy golpeada por la pobreza. Pero allí donde se necesitan, hay tantas otras necesidades que los libros solos son incapaces de producir cambios. Para que los niños más pobres pudieran aprovecharlos, necesitarían mucho apoyo de la escuela y de los padres. Que los oyeran leer, que los hicieran escribir, que los felicitaran por cada libro nuevo, que les apagaran la tele. Ahí es donde la incansable Anne empieza a agotarse. Con todo tiene esta hermosa biblioteca y es gratis: todo niño que entra se puede sentarse ahí y leer lo que quiera. Tienen 5 mil visitas al año y una página web (www.libroalegre.cl) donde anuncian sus actividades y cuentan algo de su historia.

En esta conversación intervienen Anne Hansen (H) y María Antonia (M). Esta última con niños que iban a la biblioteca organizó una magnifica revista llamada “Calcetín con papa”, que merece una nota aparte. Como es una conversación sobre libros, está cruzada por varios cuentos.

-¿Qué es lo bueno de estos libros?

-Que son libros sin moraleja, libros que no tienen el dedo admonitorio levantado. Son libros que ven el mundo desde el punto de vista del niño. Eso los hace atractivos para ellos y una experiencia muy distinta también para los adultos.

-¿Por qué le parece bueno que no tengan enseñanzas morales?

-Porque hay que dejar que el niño piense por sí mismo. Decirle que el adulto sabe lo que debe pensar del mundo y de sí mismo es falso y estúpido. Cada niño es diferente y un buen libro, fundamentalmente, hace que cada uno encuentre en él, un reflejo de la propia vida.



M: Hace poco vino aquí un escritor que hace novelas para niños de 9 a 12 años. Venía de la Feria del Libro y allí vio unos textos que detrás traían la moraleja y dijo “como ya leí la moraleja, no tengo ningún interés en leer el libro”.

H: Claro, porque si dice atrás todo lo que tú tienes que aprender, para qué vas a gastar tiempo en leer. Estos libros, en cambio, tienen ideas y pensamientos que te pueden llevar muy lejos, pero básicamente porque te hacen sentir que hay algo de ti mismo en ellos. Yo creo que esa es una de las razones de por qué, con María Antonia, nos gusta sentarnos a traducir. Nos juntamos todos los martes y lo pasamos muy bien porque en estos libros hay un contenido que nutre. Mira este, por ejemplo. Es la historia de un gato que tiene solo un ojo y una oreja.

-Una mugre de gato.

-H: Sí. Y en las noches anda merodeando, es pendenciero, hace líos, provoca escándalos. Pero después de dejar desastres por todos lados, se vuelve a su casa y en el camino la encuentra a “ella”, la gata blanca. Y ella es una sílfide que baila bajo la luna y él se queda ahí, mirándola y tratando de llamar su atención. Y este gato pendenciero se vuelve tímido, y suspira por la gata, pero ella no le hace caso. Entonces el gato se va a su casa y cuando llega donde su dueña, ella lo toma y le dice “mijito lindo, mi guagüita, mi cuchu – cuchu”, todo lo que él no ha sido esa noche. Jajaja. A los niños les encanta este libro. Si te fijas, nadie le dice al gato que no pelee. Es un gato que ama su vida, y a la vez es tierno para su dueña.

-Todos somos un poco ese gato.

-Claro. Yo creo que este tipo de libros tiene vida. Y no presentan el mundo como una cosa maniquea y falsa de gente buena, buena, contra gente mala, mala. Mira, aquí hay otro texto muy bonito, que se lo leí a niños de tercero básico donde estoy haciendo un curso de lectura. Se llama “Fernando Furioso” y es un cuento japonés. Fernando está frente a la tele y quiere ver una película de vaqueros. Entonces la madre le dice “no, Fernando, ya has visto mucha tele, apágala”. Y el niño le advierte: “¡me voy a enojar!”. “Bueno” - dice la mamá- “enójate”. Y él se enoja. Y se ve como las cosas se quiebran y la casa se triza y luego se derrumba y todo se destruye. Entonces viene la madre y dice “ya basta, Fernando”, pero Fernando continúa y sigue la destrucción. Y viene el padre y le dice: “ya basta”, pero él sigue enojado y la ciudad se inunda y pasan muchas calamidades. Entonces viene la abuela y dice: “ya basta”, pero no basta hasta que la Tierra estalla. Fernando finalmente se sienta en su cama, en un trozo de la Tierra que flota en el espacio y se queda pensando por qué se había enojado. Y no se acuerda. Cuando leí ese cuento les pregunté a los niños qué les había llamado la atención. Y un niño dijo: “que no le pegaron” ¿Te fijas? Estos cuentos no moralizan. Reflejan la vida, que es otra cosa.



-M: Hay otra historia muy buena que se llama “El día que Leopoldo se levantó malvado”. Es un chacho que un día se despierta y empieza a hacer maldades: en el desayuno bota la leche a propósito; y en la escuela destruye los castillos de arena que hacen los chicos, y a la señora chancha le grita “chancha gorda” y al profesor le pone un chinche. Entonces la gente va a acusarlo a la mamá porque no ha parado de hacer barbaridades; y cuando llega a su casa la mamá, lo castiga y lo manda a la cama. Y el sueña que el día anterior había hecho mal unas sumas y se habían reído de él y entonces habla con la mamá y le explica todo. Y es como nos pasa a todos ¿no? que un día estás atravesado por algo que te pasó y todos te caen mal... Una vez llevamos este libro a una reunión de profesores, para mostrarles lo distintos que son estos textos comparados con la literatura con moraleja que usan normalmente. Y para que lo vieran les llevamos otra historia también de un chancho, en la que se le enseñaba a ser limpio: como el chancho olía muy mal, todos se apartaban de él y su mamá le decía que tenía que ser limpio y él finalmente se daba cuenta de que para tener amigos tenía que lavarse los dientes y se acabó el cuento. Y claro, un niño que lee eso luego no va a querer leer más.

-H: Esa falsedad… No sé por qué les gusta…

-Para los profesores estos libros deben ser un poco extraños.

-Claro. Porque parece que en la universidad les dicen que todas las lecturas tienen que enseñar algo. El otro día vino un profesor a pedirme un libro “muy entretenido” sobre las vocales. Ese es el problema. En Chile se quiere hacer cinco cosas a la vez y no se logra nada, porque la verdad es que o se enseña vocales o se lee un libro entretenido.



-¿Le parece que a las familias les preocupa el tema de la lectura?

-H: Hay pocos que se preocupan por hacer que sus hijos lean y menos los que les leen un cuento a sus hijos todas las noches. La mayoría tiene al niño frente a la tele y tienen tres teles en la casa. Yo ahora todos los jueves voy a una escuela pública a hacer un taller de lectura y comprensión para niños de tercero básico. Hay niños que van en la jornada de la tarde, de 2 a 7, y varios de ellos ven tele toda la noche. Uno me dijo que veía hasta las 12; otro hasta las tres de la mañana, porque los padres se quedaban dormidos. Entonces duermen hasta el mediodía, se toman un desayuno y se van a la escuela. Ese tipo de vida no es para un niño.



-En Chile la lectura es un problema grave. En el tiempo que usted ha estado acá ha visto que mejora, que empeora…

-No mejora nada. Y creo que está muy mal porque, entre otras cosas, no hay fácil acceso. Me parece que ahora están trabajando en hacer una gran biblioteca en Valparaíso, como la que hay en Santiago en la Quinta Normal. Yo no creo que eso funcione. Creo que es mejor poner 10 bibliotecas en los cerros, con muchos libros del agrado de los lectores. Me parece que eso es más correcto para enfrentar a lectores a los que primero hay que abrirles el apetito por leer.

-¿Qué le parece la educación chilena?

-Mi experiencia no ha sido buena. Hay colegios donde no sé si la profesora realmente enseña. Nunca los he visto enseñar, pero sí los he visto trabajar muy concentrados en un libro muy grande, con muchos puntos rojos, verdes y azules, con muchos nombres y números y escribir ahí con una letra muy linda, sin ninguna falta, muy ordenado. Y son amables conmigo. Pero no enseñan. Yo un día le dije a la profesora, bueno la ortografía la arreglo yo porque aquí entiendo que no importa. Y me dijo, “no, no, sí importa”. Pero los niños escriben “yo i se” (yo hice) y uno tiene que leerlo en voz alta para entender. Los niños no tienen ninguna conciencia de la estructura de su idioma. Será porque no leen, porque no escriben… Ellos escriben “avian” en todos sus cuentos. Pues si todos lo escriben así, bueno, sería bueno saber cómo se escribe había. No logro saber lo que hace la profesora.

-¿Qué es lo peor que ha visto?

-Lo que me parece peor es que la enseñanza sea un negocio. Eso está prohibido en otros países. No hay nada sagrado en el ser humano aquí. Y bueno, el trato a los niños es malo, también. Me acuerdo que un día vi a un niño de sexto llorando en la puerta y yo le dije qué te pasa y él me dijo, tengo miedo. Y pasó una profesora y le dije “él tiene miedo” y ella me contestó con cara de perro: “qué bien que tenga miedo” y cerró la puerta. Y quedamos los dos con miedo. Cosas así las he visto muchas. Yo no sé qué pasa. Imagino que para los profesores la situación también es muy desesperada. Dirán, “estos niños no valen, vienen acá a una especie de guardería”. Como le digo, nuca he visto que enseñen. Y los niños van a la escuela para comprar caramelos, porque tienen un kiosco ahí adentro, así que tienen los dientes malos y están agitados por el azúcar; y en clases gatean detrás de las mesas y lo pasan muy bien. Pero no creo que aprendan mucho. Aprenden a copiar, porque si alguien escribe una cosa, todos escriben lo mismo. Todo el ambiente es tan anti humano y anti niño que no puede salir nada fructífero de ahí. Ahí hay un tratamiento estresante pero sin ningún resultado. Y los profesores concentrados en su libreta, con un letra linda y sin fallas.

-¿Que otros malos tratos ha visto?

-Una cosa que me parece terrible es cómo los ridiculizan. Me acuerdo de una profesora que me dijo: “mire, quiere ver mis canas, mire, ¡¿y sabe gracias a quién?! ¡A ésta!” y me indica a una niña que está mirando hacia abajo, toda cohibida. Y yo le dije, “sabe señora, yo creo que esas canas son la edad, no es la niña”. Y ella me dijo, “ay, señora, usted no me ayuda”.

Cuando los niños quieren hablar o decir algo, les dicen “no, no, cállate tú”. Fíjese en las presentaciones de fin de año. Los hacen bailar y es el disco el que habla. Los niños no. Aquí no les gusta que los niños hablen. Los adultos son los que hablan. Yo hace poco leí que en una escuela rural en Inglaterra hay una directora que todos los días, durante 10 a 15 minutos, pide a seis niños que entren en su oficina para que le cuenten qué están leyendo. Si hicieran eso aquí, cambiarían mucho las cosas. Pero no lo hacen, no escuchan al niño, no saben el valor de lo que está haciendo.

No sé, son tantas las cosas. No hay amor por sí mismo. Muchos chilenos no se gustan de sí mismos. No tienen identidad. Una señora me decía, “mi bisabuela era francesa”. “¿Si?”, le dije “pero usted tiene cara de chilena, incluso rasgos mapuches”. Se espantó como si la hubiera insultado… Mira, si andas en bicicleta y te ponen un palo en la rueda, te caes. Bueno, a mi me parece que Chile es una cultura que todo el tiempo se está poniendo a sí misma palos para trabarse. No sé por qué lo hacen. Me acuerdo cuando hice un taller de lecturas con adultos, en La Legua. Todos terminaban llorando. Están adoloridos, me parece. Veo mucho dolor. No sé que más decirle. A veces siento que la sociedad chilena no es fértil para la lectura.

-¿Ha leído Papelucho? ¿Qué le parece?

-Papelucho me parece fantástico entre otras cosas porque muestra lo poco que ha cambiado Chile. Yo traduje unas partes de Papelucho y se los leía a un curso de niños en Dinamarca: les leía cuando él le da comida a unos perros vagos –porque el ama a los animales y entonces viene una vieja que parece bruja y con un palo corretea a los perros. Y el niño le dice con qué razón. Y ella contesta: con la razón del hambre. Entonces Papelucho entra a su casa y roba todo el pan que hay y la plata que la madre había dejado ahí y se los da a esta mendiga. Entonces vuelve a la casa y la madre y la empleada están peleando. La madre acusa a Domitila de haber robado la plata y Domitila está a punto de irse. Y Papelucho dice, pero escuchen, si soy yo el que se llevó la plata. Pero nadie lo oye. La madre no lo escucha nunca, ella toma pastillas para sobrevivir. A los niños daneses les llamó la atención que había perros vagos. Y una niñita me dijo, que lo peor de todo era que su madre no lo escuchó. Había también varios chilenos escuchando, y me preguntaron por qué había elegido justo esa escena conflictiva, cuando Papelucho es un niño alegre, travieso, cómico. Pues yo creo que no han entendido la historia porque esta es una de las muchas partes donde el tema social aparece. ¿Cuántas veces Papelucho le robó ternos a su padre para que el jardinero no se hiciera comunista? Me parece que hay tantas cosas que siguen igual en Chile. Como que no logran ver el verdadero asunto.

2 comentarios:

helena con h dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
helena con h dijo...

Muchas felicitaciones a María Antonia y Anne por su biblioteca, pero más que nada les doy las gracias.
Mi hijo (ahora de 6 años) y yo disfrutamos de maravillosas tardes en su biblioteca del Cerro Alegre (cuando estaba en Miramar) y de sus increíbles libros.
Ahora vivimos en Santiago, y ese lugar y sus historias son parte de lo que más extrañamos.
En Santiago he podido encontrar algunos de sus libros en una librería llamada Prosa & Política que tiene una muy buena sección infantil, pero hay historias que sé que no podremos encontrar si no es en su biblioteca.
Muchas gracias, saludos y ánimo.